Un día más como cualquier otro, en la tranquilidad y belleza de una mañana a la orilla de la playa, mientras las olas acarician con suavidad la arena.
Se respira armonía y paz, que combinada con la fina decoración del lugar, hace de éste un oasis en el medio del paraíso.
Minutos más tarde nada quedó de esta maravilla. Ya no había armonía, ni finas decoraciones, ni la cascada gloriosa del lobby, pasó la furia que se llevó todo lo que encontró a su paso. Llegó sin aviso, sin invitación, arrancando de raíz los sueños y la vida de muchos.
Del oasis solo quedaron recuerdos. Lo que debió ser unas vacaciones perfecta… las que siempre soñaron y por la cual algunos habían esperado toda su vida, se transformó en una pesadilla… en la peor de todas.
Un desastre natural… un desastre si, en todo el sentido de la palabra; pero no natural, que habría de natural en una catástrofe de esta magnitud, que pone de cabeza una vida, un pueblo, una isla.
Aproximadamente 226,000 personas perdieron sus vidas, otras 500,000 resultaron heridas.
Unos 5 millones perdieron sus hogares o el acceso a comida y agua, mientras otro millón perdió su trabajo o medio de vida.